Lennon Torres, una figura pública conocida por su activismo y trabajo de promoción, recientemente dio un paso audaz: dejó su iPhone por un simple teléfono plegable Motorola Razr. No fue sólo un cambio de hardware; representó una ruptura consciente con la relación profundamente entrelazada que muchos de nosotros tenemos hoy en día con los teléfonos inteligentes.
Torres describe la experiencia como el fin de “la relación más tóxica” de su vida, comparando el control psicológico de su iPhone incluso con el de sus relaciones románticas pasadas. Este no es sólo un sentimiento aislado. Señala que ella y millones de personas están cada vez más atrapadas en un ciclo de dependencia de estos dispositivos, pasando un promedio de más de cinco horas diarias navegando por aplicaciones y notificaciones. Esta dependencia va más allá de la mera conveniencia; impacta nuestro bienestar mental, con estadísticas alarmantes que revelan que casi el 60% de los adolescentes se sienten ansiosos cuando se separan de sus teléfonos, mientras que el 73% experimenta vibraciones fantasmas, una manifestación de los síntomas de abstinencia.
Torres destaca cómo la visión inicial de Apple de liberación a través de la tecnología se ha visto eclipsada por un ecosistema impulsado por ganancias diseñado para un compromiso constante. Las primeras promesas de creatividad sin ataduras se han transformado en intrincados ecosistemas de aplicaciones y notificaciones push manipuladoras que mantienen a los usuarios enganchados. El teléfono, que alguna vez fue concebido como una herramienta para el empoderamiento, ahora se siente como una red ineludible tejida a partir de conveniencia y diseño adictivo.
La decisión de Torres fue catalizada por dos eventos clave: participar en protestas contra el manejo por parte de Apple del material de abuso sexual infantil en su plataforma iCloud, y su creciente desilusión con la prioridad del CEO Tim Cook de las ganancias sobre la responsabilidad ética. Enfrentar la hipocresía de usar un producto contra el que estaba protestando obligó a Torres a enfrentar el problema más amplio: el peso de su complicidad al apoyar a una empresa que, a pesar de su imagen progresista exterior, priorizaba los ingresos sobre el bien social.
El cambio no fue fácil; experimentó síntomas de abstinencia y superó las presiones sociales asociadas con el uso de un teléfono “menos atractivo”. Sin embargo, la medida representa más que una simple elección individual: significa un rechazo de un sistema donde el bienestar del usuario se sacrifica en aras de la conveniencia y la maximización de ganancias.
Torres hace una declaración poderosa: romper con su iPhone no fue simplemente deshacerse de un dispositivo; se trataba de recuperar la agencia sobre su tiempo, atención y, en última instancia, sus valores en un mundo cada vez más dominado por gigantes tecnológicos. Esta revolución personal, sostiene, nos insta a reconsiderar los costos invisibles de nuestra dependencia digital y a cuestionarnos si los supuestos beneficios realmente superan la erosión de nuestra autonomía y bienestar.











































































